martes, 13 de abril de 2010

MCMQXXXIV





Un día llegará y se hará luz todo aquello,
esos horizontes que extrañamos sin conocer,
los actos fantásticos de gente
que quizo, pero no pudo ser.

La nostalgia pura, hermana melancólica,
llena de recuerdos y elementos
que nunca jamás existieron.

Las frutas dulces, manjares jugosos
de aquel árbol, custodio y consuelo de la vida.
El ladrido compañero de Zeus
con sus ojos claros adormecidos
en un suave y frondoso amanecer marítimo.
Trina leve un pájaro ambar y tornasol,
sabe mi nombre y con rodeos se lo relata
a sus compañeros, seguramente agotado
de comentar que loco esta el tiempo.

Todas las casas desparejas, que veo correr apuradas
mientras las baña el Sol, padre bueno que apenas
si aprendió a discriminar entre sus hijos e hijastros,
entre quienes llevan orgullosos su sangre
y quienes reniegan vehementemente de ella.

¡Ay! Si conociéramos las lenguas
de todo lo pequeño, de lo simple y humilde,
de aquellos que, roca, arbusto, animal o humano,
pasan desapercibidos bajo lo cotidiano.

Mejor aún, si domináramos esa lengua con un canto
sin gritos, pero izando con firmeza la voz,
como librando al alma de sueños viejos
y besando con ternura las muñecas
laceradas, de tanto forcejear con las auroras
que no llegan de acuerdo a su esperanza.

Si abriendo al éter, la profundidad de nuestra mirada
y acallando las distracciones mas mundanas,
pero también y con ansias, las más intelectuales,
desplegáramos los colores espontáneos
de la sabiduría y el amor;

¿No seríamos allí, acaso, más humanos
que el mismo Prometeo?

Pues entonces quedaríamos, desnudos sin pudor,
aceptando asombrados cada momento,
que en sucesión interminable somos,
cada sombra y cada pliegue,
cada textura rota y desengalanada,
pero tan propia, tan íntima al fin,
que tan solo pensar en explicarlas
nos desarmaría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario